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El impacto de nuestro lenguaje en los niños

Nuestras palabras, tono y melodía de voz pueden afectar negativamente a nuestros niños, pero también tenemos la posibilidad, de a través de ellas, apoyar positivamente su desarrollo físico, emocional y cognitivo.

El niño adquiere las capacidades puramente humanas de andar, hablar y pensar a través de la imitación. Los adultos somos cruciales en este  aprendizaje. Pero además, nuestra manera de hablar y pensar influenciará al niño a nivel emocional, cognitivo e incluso físico.

El niño primero lalea, en un laleo que podríamos denominar universal, ya que es idéntico en todas las lenguas y culturas. También por esa época es capaz de entender por igual cualquier lengua. Aunque no comprenda los conceptos, tiene una percepción sutil de nuestro lenguaje. Capta nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, incluso nuestros pensamientos.  En torno a los 7 meses comienza a expresarse a través de los típicos juegos silábicos dadada, tatatata, babababa, para, coincidiendo con la adquisición de la marcha erguida,  emitir sus primeras palabras en su lengua materna.

Algo fundamental en el aprendizaje de la lengua es el modelo, cuyo  impacto va más allá de la mera adquisición de la lengua. Nuestra coherencia, la unidad entre nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras emociones, además de facilitarle el aprendizaje, le aportará seguridad emocional y claridad en el pensar.  En cambio, nuestra neurosis, incongruencia, falta de claridad e ironía, no solo entorpecen el aprendizaje del habla, sino que además hacen que nuestro discurso y órdenes sean menos efectivos, creando a su vez inseguridad y falta de claridad en los pequeños.

El impacto del contenido emocional de nuestras palabras

Cuánto más pequeño es el niño, tanto más importante es cómo decimos las cosas, ya que el niño presta más atención y es más sensible al contenido emocional de nuestras palabras. Así es que cuando le decimos que se tranquilice hablándole con nerviosismo, difícilmente se tranquilizará. Del mismo modo será difícil que hable más flojo si se lo pedimos gritando… También deberíamos evitar los mensajes confusos e irónicos como se da el caso cuando decimos “qué bonito, no”, en tono feo y regañando. Lo mismo ocurre cuando decimos ¿Puedes lavarte los dientes?,  en tono duro e imperativo.

Nuestro tono y melodía al hablar influyen en los niños. Podemos calmarlos con un tono sereno y cálido,  activarlos con un tono dinámico. Pero también podemos desorientarlos, confundirlos, por eso es vital que tomemos conciencia de nuestro tono de voz y de las emociones que emitimos al hablar.

Otro problema actual es que tendemos a hablar a los niños pequeños con frases largas y complejas, dando exceso de explicaciones,  cuando para el niño es un alivio escuchar una orden clara y simple como ¡Nos ponemos los zapatos! El peligro no está en la frase, sino en la emoción de nuestras palabras. Si lo decimos de manera dura, seca o gritando, se transforma en una frase negativa.  Si decimos, “venga, cariño, vamos, que hay que ponerse los zapatos, ¿te parece? ¿Nos ponemos los zapatos?.” hay exceso de simpatía y duda y difícilmente será eficaz. Posiblemente a continuación pasemos a la antipatía, con un grito “¡te he dicho ya 10 veces que te pongas los zapatos!”  Suelo hablar de la importancia de hablar con claridad, de manera neutral, sin antipatía y a la vez con decisión y entusiasmo. Sin ñoñería y a la vez de manera cálida y natural. ¡Nos ponemos los zapatos, que nos vamos al parque!, puede ser dicho con entusiasmo y alegría, con un tono que invite a ponerse los zapatos.

No es pecado hablar con claridad, siempre que la emoción no sea negativa. Falta de claridad en nuestra expresión hace que los niños no comprendan, sea poco efectivo y luego subamos el tono, con las consecuencias que esto conlleva. Porque el grito no resuelve nada y tiene un impacto negativo hasta en lo fisiológico, ya que produce cierta contracción respiratoria. El grito a su vez nos delata, evidencia nuestro propio desbordamiento emocional y  falta de control. En cambio cambios en nuestra propia conducta y manera de hablar, suelen tener un impacto muy positivo en la conducta de los niños.

El impacto del contenido conceptual de nuestras palabras

Tan importante como el cómo hablamos es el qué decimos. Por suerte en este ámbito ya hay mucha conciencia. Hoy día sabemos que nuestras afirmaciones tienen un profundo impacto, transformándose en decretos. A un niño al que digo “eres tonto”, lo estoy invitando a transformarse en tonto. En la frase “eres tonto” estoy atacando la integridad del niño. Esta afirmación podría afectar su nivel cognitivo. Si le digo “eres malo”, afectaría su conducta, si le digo “eres gordo”, a su metabolismo. Y siempre estaremos atacando su autoestima y autoimagen.  Diciendo “lo que has hecho es una tontería”, habremos mejorado bastante la situación, ya que no estaremos atacando al niño, sino a su acción. Sin embargo, sigue siendo una frase abstracta y subjetiva, que poco ayuda a mejorar la situación. Podemos en cambio decir,  “ahora nos sentamos con los pies bien apoyados en el suelo y la silla bien pegada a  la mesa”. Esta es una frase constructiva que ayuda al niño a saber qué esperamos de él. Es una frase que fácilmente podremos decir en un tono neutral, sin violencia. Es una frase descriptiva, concreta y objetiva, que aportará claridad al niño. Vemos una vez más, que cuando los niños no hacen caso o se portan mal, tenemos la posibilidad de asumir la parte que nos toca, mejorando su comportamiento, a través de la  mejora de nuestra propia asertividad y capacidad comunicativa.

El impacto de nuestra voz

La voz es sonido y el sonido es vibración que mueve cada una de nuestras células y de las células de nuestro interlocutor. La cuestión es si esta vibración es positiva o negativa. Si nos ponemos la mano en el pecho y hablamos con un tono estridente, como de animación, veremos que no vibra el pecho sino la cabeza. Es un hablar mental que altera el sistema nervioso del que escucha. Un hablar cálido que vibra en nuestro corazón,  denota que estamos conectados (desde el corazón) con lo que decimos, y por tanto es un habla capaz de “tocar” los otros corazones. Con una voz sana, auténtica y armónica, resulta más fácil conectar con los niños que con una voz estridente, artificial o ñoña. Los niños están deseosos de percibir personas de verdad, no personajes. Conectar con nuestra verdadera y auténtica voz, nos ayuda a conectar con los otros, y también con nosotros mismos, nos ayuda a estar más presentes y centrados.

El impacto de nuestra articulación (dicción)

Según Rudolf Steiner, una buena articulación aporta salud a todo el organismo, ya que garantiza una buena oxigenación, a la vez que permite a los sonidos  ejercer su labor curativa. Por ejemplo, si la /r/ suena bien, activa todo el sistema circulatorio y respiratorio (corazón y pulmón) y desde el punto de vista emocional, aporta alegría. La /l/, activa especialmente nuestros fluidos y nos proporciona calma. Comprender el efecto terapéutico de los sonidos es complejo, sin embargo a simple vista podemos vivenciar los efectos positivos de una buena articulación en relación a una articulación vaga y difusa. Hoy día a través del magnetoencefalograma (MEG), se ha podido constatar lo que ocurre en el cerebro del niño mientras nos escucha.  El MEG demuestra científicamente lo que Rudolf Steiner ya decía sobre el impacto de nuestro lenguaje. A través de esta prueba se puede observar como cuando el niño escucha a un adulto que habla poco claro, en su cerebro se activan las mismas áreas que en el orador, en este caso, de forma difusa. Al escuchar a un adulto que habla claro y bien articulado, se activan cantidad de conexiones neurológicas, de manera precisa y clara y sobre todo se ve la incidencia en una mayor comunicación entre los dos hemisferios. Nuestro lenguaje se imprime fisiológicamente, sobre todo en el cerebro del niño pequeño, dándole forma y estructura. En realidad son las consonantes las que hacen esta labor. Y es que articular significa moldear la consonante, que a su vez nos modela a nosotros. También podemos percibir el efecto de la articulación en nosotros mismos cerebro, a través del siguiente ejercicio: En cuanto hablamos poco articulado, vocálico, con la mandíbula floja,  lengua caída y labios entre abiertos sin tonicidad, inmediatamente nos sentimos algo tontos. En cuanto articulamos clara y bellamente las consonantes nos sentimos presentes, despiertos y más “listos”, sentimos claridad en nuestro pensar. Y esto mismo le ocurre al niño tan solo de escucharnos.

El impacto de nuestro lenguaje en la sociedad

La  voz y el lenguaje del adulto obstaculizan o apoyan el desarrollo del niño. Es una gran responsabilidad que está en nuestras manos. Nuestra coherencia en la expresión puede sin embargo facilitar  a los niños el desarrollo de su propia capacidad de expresión. Y quien sabe comunicarse asertivamente no necesita de armas, ni gritos ni otras formas de violencia… La semilla de la paz del mundo comienza con los modelos de comunicación no violenta y convivencia de cada hogar y escuela. ¡Merece la pena prestar especial atención a qué y cómo hablamos en el entorno de los niños.!

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Sobre la autora
Tamara Chubarovsky

Soy creadora de las Rimas con Movimiento® y de Thono® (terapia holística del nombre), así como del uso del cuento como herramienta pedagógica.

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