“Los juegos que permiten ‘alboroto’ ayudan a desarrollar relaciones sociales y permiten el cambio de comportamiento. En este tipo de juego interviene el sistema límbico, parte del cerebro responsable de nuestra conducta. A su vez, éste tiene muchas conexiones con los lóbulos frontales, implicados en el control de los impulsos y el comportamiento”. Sally Goddard
Sally Goddard
El juego libre es uno de los mayores maestros para desarrollar capacidades tanto físicas, como cognitivas y emocionales, pero esto no significa que siempre vaya a ser armónico. 15 o más niños jugando en una sala, interactuando libremente, puede transformarse en un caos o en la oportunidad de ser un verdadero centro de resolución de conflictos.
Si hacemos sólo actividades guiadas y cognitivas, posiblemente surjan menos conflictos interpersonales, lo que no significa que no existan.
Al juego libre cada niño llega con su carácter: unos lideran y mandan, otros buscan un guía. Unos se retraen y les cuesta incorporarse al juego, otros de manera impulsiva cambian a cada instante de juego y de grupo. Unos prefieren jugar solos, otros buscan la colaboración de los demás.
A través del juego libre y espontáneo los niños sacan sus propios conflictos y, así, tienen la posibilidad y resolverlos.
El que tiene tendencia dominante, va aprendiendo a soltar el mando; el que se sometía a otros, aprende a hacerse valer y a defenderse; el tímido se va integrando; el disperso se va centrando. Van aprendiendo a interactuar, cediendo, protestando, exigiendo, colaborando o tolerando, según corresponda.
Este no es un proceso que ocurra en silencio, a veces hay voces y alboroto, pero no deja de ser juego de niños. Sin embargo, de adultos, estos mismos roces son base de grandes conflictos y batallas. Es parte del desarrollo infantil poder jugar y pelearse. No deberíamos temer tanto los conflictos de los niños. Por supuesto que como adultos debemos estar allí, para intervenir y mediar cuando es necesario, sin permitir el daño y la violencia. Pero es importante que lo hagamos sin culpabilizar ni sermonear, sino manteniendo un tono sereno, que irradie calma y, a la vez, firmeza.
No debe confundirse este juego enérgico con el caos y el descontrol. Tampoco debemos confundir expresarse con gritar.
Pero tampoco podemos pretender que niños de 5 años estén callados y quietos o hablando flojito. Es importante dejar a los niños expresar sus emociones y deseos. Es un aprendizaje de toda la vida aprender a hacerlo asertivamente sin dañar a los otros.
Es tarea de nosotros, como adultos, saber poner los límites, de manera amorosa y firme.